domingo, 30 de mayo de 2010

CAMPO DE BROZA, CAP. 3

CAPÍTULO 3: EL AUTOBÚS



Pillé Internet de una red inalámbrica. Después de ver un montón de chorradas, encontré un documental que me instruyó un poco. Sabía que el mundo estaba mal, desde luego, pero no me imaginaba hasta qué punto llegaba la conspiración, y cómo nosotros, pobre borregos, la habíamos aceptado. La sociedad está abocada a desaparecer, saludemos pues al Gran Hermano. Sociedad… hay quien diría que no merezco vivir por el mero hecho de mi bajo aporte a la sociedad, pero ellos son aún más egoístas.

La sociedad. Me recuerda a la sensación de moverte ilusoriamente cuando esperas impacientemente que parta tu autobús, y en su lugar se marcha el que está pegado al tuyo. Por unos momentos se da una ilusión cinética; sin embargo lo ves desaparecer mientras sigues esperando tu turno.

Algo así pasó conmigo y la sociedad, sólo que el conductor además era yo y no acertaba ni a meter la primera. No sé si ver la carretera concurrida me desmotivó. Podría ser esa mi excusa. O las drogas. El caso es tener una excusa. Me encanta desde luego no ser el actor en mi vida más que para llorar. Desde luego, siempre supe que esto no sería ninguna comedia, pero gasté mi tiempo esperando el guión del héroe, o al menos el del villano, y no un pobre bobalicón digno de la peor tragicomedia.

Sabía que tenía que hacer algo, pero no hacer nada es mejor. Siempre hay excusas, mentiras, y si llega el marrón (la realidad), te limitas, ayudado por tus amiguitas las drogas, a reducirlo todo a meros segmentos temporales que pronto pasarán y te dejarán proseguir tu vida boba.

Entonces las drogas se convierten en el eje que mueve tu penosa vida. Tenía que cambiar, lo del señor Blas me dio que pensar. Me bajó la regla.

Estaba pues, en uno de esos días, aborrecido de todo. Las botellas de vino colindaban con enormes motas de polvo que parecían tener vida propia. Cientos de chustas de porro de dudosa calidad esparcidas por la mesa eran testigo de mi desazón y falta de higiene, pero yo pensaba en la sociedad. En esa puta bien vestida llamada sociedad.

No creo que el panadero haga sus ricos pasteles pensando en lo que disfrutarán sus clientes, todo es puro egoísmo. Follan, trabajan, gastan: todo egoísmo. Son productivos para la sociedad, bajo el auspicio del acopio y el crecimiento, y no por la igualdad y la humanidad que gente como sr. Blas atesoraba. Más bien al contrario, huyen de gente como yo, gente pez que vaga por el mundo con poco menos que nada.

Pero los elegidos me necesitan ya que yo marco el rumbo que deben seguir, aunque sea el más alejado posible al que yo tomo, tipos andrajosos como yo somos la Rosa de los Vientos de este autobús ilusorio. Porque nosotros no nos movemos: se mueven ellos, en ese baile de disfraces, en ese catering en donde se degustan desde luego las mejores drogas y se cortan pasteles. En ocasiones, hay tropiezos y se les desparraman por el suelo, se produce un resbalón y el pastel queda arruinado, mas estos cerdos comienzan a saborearlo de forma sucia. Lo que se conoce como estafa se bautiza como crisis, y ésta a su vez transmuta hacia “oportunidades”. Me encanta la demagogia.

Me hace también gracia lo de la recurrible comparación positiva entre la Edad Media y nuestros tiempos. Te dicen que antes, quien nacía vasallo, moría en las mismas condiciones. ¿Y ahora no? Ahora naces persona y cambias de condición según aspectos completamente falsos. La marca “soluciona” los problemas virtualmente. Ahora descubrimos que el autobús no se movía, sino que era una simulación orquestada, todo esto gracias a un bello escenario en constante movimiento, movido por engranajes que, aunque chirrían, más bien pocos se percatan, y puesto que el escenario es tan fastuoso, aquellos que atisban las manijas, los mecanismos de este escenario, son tildados de locos, condenados al más absoluto ostracismo imaginable.

Pero entonces uno de esos locos hace honor a su sambenito y decide derribar, incendiar el escenario. Se convierte en un escándalo. Las autoridades piden que el público permanezca en calma, dentro del autobús, pero quien salga podrá observar el paisaje. Será bonito, no lo será… pero será el que es.

Mierda. Me estaba convirtiendo en una especie de neohippie y la verdad es que los odiaba. Llené mi vaso de whiskey y me puse a tocar la guitarra. ¡Mierda! Miles de hippies se pajeaban con Simon y Garfunkel cada noche y yo ahora estaba emulando a esos bohemios capullos. Estampé la guitarra. Me apagué un cigarro en la mano. Todavía podía sentir dolor, perfecto. Me hice una paja, bastante aburrida.

Intentaría pensar menos en el mundo.